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El futuro del trabajo en América Latina: ¿es posible un salto transformador?

La siguiente nota aborda los principales desafíos que presenta el futuro del trabajo en América Latina; tanto en relación a aquellos temas emergentes como aquellos estructurales que deben ser enfrentados.

Opinión | 20 de enero de 2020
Por Fabio Bertranou, director de la Oficina de la OIT para el Cono Sur de América Latina y Andrés Marinakis, Especialista en Políticas de Mercado e Instituciones Laborales de la Oficina de la OIT para el Cono Sur de América Latina.

Fabio Bertranou
Andrés Marinakis
El aporte de una perspectiva histórica

El centenario de la OIT constituye una oportunidad para reflexionar cuánto se ha podido avanzar en las principales dimensiones del mundo del trabajo. Al momento de la constitución de la OIT, existían una serie de demandas urgentes para ordenar las relaciones laborales y establecer condiciones mínimas de trabajo que sirvieran de base para la justicia social. Esa lista incluía ciertamente el pleno empleo, condiciones de trabajo como los límites a la jornada y el salario mínimo, la eliminación del trabajo infantil y del trabajo forzoso, la necesidad de desarrollar el trabajo en condiciones de seguridad y salud y la protección frente a los accidentes de trabajo, la ampliación de la seguridad social para la vejez y la enfermedad, entre tantos otros objetivos. Estas demandas debían atenderse de manera multilateral, a través de un marco normativo internacional. Para los trabajadores, la coordinación internacional permitiría mejorar las condiciones de trabajo y controlar los efectos adversos de las fuerzas de mercado en el ámbito laboral. Los empleadores, por su parte, buscaban igualar las condiciones de trabajo para facilitar la expansión del comercio con condiciones equivalentes a escala internacional (Rodgers et al., 2009). Así, a lo largo de estos cien años, la OIT ha sido el espacio en el cual los gobiernos, las organizaciones de empleadores y las organizaciones de trabajadores fueron dando forma a cada uno de esos objetivos a través de su sistema normativo compuesto por convenios y recomendaciones.

El desarrollo de cada uno de estos avances encerraba una serie de desafíos que hoy nos cuesta imaginar. Por ejemplo, la definición de los conceptos básicos que se pretendían abordar, como el desempleo, o bien el ámbito de acción de una política, que inicialmente se restringía a ciertos sectores económicos como la industria y luego se extendía a los servicios y a veces a la agricultura. También los elementos que conforman una determinada política, como la jornada de trabajo, que, por ejemplo, requiere abordar la jornada ordinaria, la extraordinaria, los descansos entre jornadas y por semana y el descanso anual remunerado, incorporando asimismo los espacios para el diálogo y la negociación entre los actores sociales.

En cada uno de los temas abordados, hubo una evolución a lo largo del tiempo. Los distintos artículos que conforman esta serie exploran, en mayor o menor medida, el proceso seguido hasta nuestros días. Algunos temas persisten desde la creación misma de la OIT, mientras otros han ido emergiendo más recientemente con el devenir de los cambios productivos y laborales, como por ejemplo, el de la transición justa en la dimensión medioambiental o la responsabilidad social corporativa. Esta perspectiva histórica permite contextualizar los avances alcanzados, a la vez que abre un espacio para discutir futuros desafíos.

Las transformaciones tecnológicas y del trabajo en la historia reciente

En los últimos años, el mundo del trabajo se ha visto impactado por una acelerada transformación digital y tecnológica. Por alguna razón, ya sea por la velocidad con que se está dando, o bien por las innovaciones que está produciendo, existe la percepción de que estamos atravesando un momento histórico sin antecedentes similares.

Sin embargo, cuando analizamos cómo se percibieron otros momentos de transformación en el pasado, nos encontramos con preocupaciones similares a las del presente. Por ejemplo, el incipiente desarrollo de la microelectrónica hacia finales de los años setenta abría una serie de expectativas de mejora en la productividad, uso de energía y materiales, así como generaba incertidumbre respecto a su impacto en el empleo. En el prefacio de un informe sobre este tema, el Director General de la OIT Francis Blanchard señalaba:

El rápido avance que ha tenido la tecnología, en particular la microelectrónica, va a tener efectos de gran alcance sobre prácticamente todas las esferas de la actividad económica y sobre un gran número de ocupaciones. (…) Se debe prestar mucha atención a la relación de estos cambios tecnológicos y el empleo. (Rada, 1980)
 
Más adelante, en los años noventa, el desarrollo de las telecomunicaciones y del transporte dio lugar al crecimiento del comercio internacional a partir del desarrollo de cadenas de suministro. Michel Hansenne, Director General de la OIT en esa época, destacaba que:

La mundialización de la economía y la aceleración del progreso técnico han engendrado nuevas formas de vulnerabilidad que suscitan inquietud. (…) El progreso técnico exige que los trabajadores posean hoy en día más calificaciones que antes para ejercer algunos empleos y han aparecido nuevas modalidades de organización del trabajo de carácter más flexible. (OIT, 1994)
 
En la actualidad, la incorporación de lo digital y el desarrollo de la tecnología están cambiando a todos los sectores de producción y de servicios, en mayor o menor medida. Más allá de la generación de productos completamente nuevos y servicios muy innovadores, se destaca el papel que tiene la incorporación de la tecnología y lo digital en la forma de trabajar.

Se ha discutido mucho sobre el impacto del uso de robots en distintos procesos productivos y la destrucción de empleos. La sustitución de tareas repetitivas por robots estaría poniendo en riesgo sobre todo a actividades semicalificadas, polarizando aún más el mercado de trabajo. Sin embargo, también se observa que países con alta densidad en la incorporación de robots muestran simultáneamente bajas tasas de desempleo y alta utilización de la fuerza de trabajo. El desarrollo de las comunicaciones y en particular de internet ha expandido la posibilidad de trabajar a distancia, ampliando las oportunidades más allá de las fronteras nacionales. Estos cambios en la forma de producir bienes y servicios han extendido la globalización a actividades antes impensadas que eran producidas localmente, como los servicios de transporte a través de plataformas digitales que compiten con los taxis tradicionales o el reparto de comida y otros productos a domicilio.

En general, a diferencia de procesos de cambio anteriores, se percibe que en esta oportunidad el ritmo de las transformaciones se ha acelerado, dando menos tiempo de ajuste a las personas, a las empresas y a las instituciones. En cierta medida, esto se acentúa en los países de América Latina por las limitaciones de su propio nivel de desarrollo. Del lado de las personas, se visualiza que la educación y la formación profesional están rezagadas respecto a los nuevos requerimientos del mercado de trabajo, así como las oportunidades para recalificarse serían aún muy limitadas. Las empresas, por su lado, son más reactivas que proactivas en estos procesos y en la medida de sus posibilidades van incorporando los distintos avances y ajustando su organización del trabajo. Por el lado de las instituciones laborales, los cambios que están teniendo lugar en la organización del trabajo en cierta forma han desdibujado las fronteras que existen, por ejemplo, entre un empleador, un trabajador asalariado o un trabador independiente. Pero tampoco resulta muy claro cuál es el lugar de trabajo, la duración de la jornada laboral o si el salario compensa debidamente las horas extraordinarias. Todo esto se superpone con la histórica presencia de una extendida economía informal.

América Latina: entre subirse a la ola de las transformaciones y sucumbir a las carencias históricas

La inteligencia artificial, el internet de las cosas, en combinación con la robotización y la automatización, constituyen la imagen de los empleos y las condiciones de trabajo del futuro. Existen también una serie de desarrollos que están transformando la forma de producir. La energía renovable en sus distintas formas, la construcción con materiales eficientes en energía, el tratamiento de residuos y la economía circular son todas áreas que ya están generando nuevos empleos y que presentan un gran potencial. Pero el futuro también va a demandar muchos más empleos en sectores que ya existen, como por ejemplo, el cuidado de adultos y de salud. Parece oportuno preguntarse cómo llega América Latina a este nuevo desafío.

Cuando se analiza la situación de los países de la región en materia de distintos indicadores de desarrollo tecnológico, en la actualidad no parece haber condiciones suficientes para aprovechar el potencial transformador que este podría tener, sino más bien una tendencia a adoptar algunas tecnologías disponibles a la matriz productiva existente.

En el año 2000, el Director General de la OIT Juan Somavía señalaba que:

Muchas facetas de la economía global podrían ser reorientadas para proporcionar más empleo. Así podría hacerse obviamente con la economía del conocimiento, puesto que las tecnologías de la información y las comunicaciones abren oportunidades digitales. Pero hoy, para la mayoría de los habitantes de países en desarrollo la economía del conocimiento es solo una posibilidad: la realidad es la economía informal. (Somavía, 2014)
 
A casi veinte años de esa observación, y a pesar de los avances que tuvieron lugar en América Latina a partir del crecimiento económico impulsado por el superciclo de las materias primas y de algunas políticas públicas para reducir la informalidad, esa realidad continúa plenamente vigente en la región. De no mediar intervenciones estratégicas potentes que por el lado de la educación den herramientas sobre todo a los jóvenes, y por el lado productivo amplíen de modo importante la estructura actual, se tratará de una nueva oportunidad perdida.

De la misma forma, el actual Director General de la OIT Guy Ryder advertía sobre la importancia de garantizar que la fuerza de trabajo posea las competencias necesarias para ser compatible con las nuevas tecnologías:

Nuestra investigación muestra que la brecha digital entre los países desarrollados y los países en desarrollo es cada vez más grande, y esto es el resultado no solo de decisiones empresariales basadas en los costos y beneficios, sino también de las capacidades de la mano de obra. Por capacidades, quiero decir no solo las competencias profesionales y técnicas de alto nivel indispensables para diseñar, operar y mantener la infraestructura digital, sino también competencias básicas y el dominio de las tecnologías de la información y comunicaciones. El mensaje es que las competencias son importantes si lo que queremos es utilizar las tecnologías para reducir las desigualdades, no para aumentarlas. (Ryder, 2018)
 
Abordar los temas nuevos, atender las cuestiones estructurales

Frente a los debates sobre el futuro del trabajo en América Latina, cabe la pregunta de si es posible un salto transformador sin haber superado los temas estructurales de la desigualdad y la baja productividad sistémica. Pareciera que, entrados en el siglo XXI, América Latina no tiene más que hacerse cargo de los desafíos de este tiempo. Ya fue mencionado el esfuerzo que se requiere para aprovechar el potencial del avance tecnológico. Es imperativo mejorar la calidad de la enseñanza en matemática, ciencia, comprensión lectora, entre otros elementos que forman parte de los requisitos mínimos para los nuevos trabajos de calidad. Pese al progreso en la incorporación de la mujer al mundo del trabajo, resulta indudable que es una materia por profundizar y potenciar aún más. El muy rápido envejecimiento poblacional está a la vuelta de la esquina, lo cual va a alterar el mercado del trabajo, pero también requerirá de respuestas adecuadas en materia previsional y de salud. La sostenibilidad medioambiental tiene que ser incorporada en forma urgente en áreas críticas como la producción agropecuaria, pesquera, energética y las explotaciones mineras, que conforman la columna vertebral de las principales economías de la región, así como también en los megaespacios urbanos que concentran al grueso de la población regional.

Asimismo, si revisamos el estado de situación de los temas que estuvieron en el corazón de la fundación de la OIT, encontramos que estos continúan siendo de plena actualidad. La jornada de trabajo se ha acotado legalmente y reducido en la práctica, pero esa tendencia encierra importantes porcentajes de personas que trabajan horas excesivas o que tienen más de un empleo, y otras con subempleo indeseado. Si bien todos los países de la región cuentan con un sistema de salarios mínimos, sus niveles aún no alcanzan a garantizar que un trabajador pueda mantener a su familia por encima de la línea de la pobreza. La protección social tuvo progresos muy relevantes, sin embargo, el alcance y nivel de las prestaciones es insuficiente. Nuevas formas de trabajo forzoso han aparecido en enclaves rurales distantes, pero también en espacios urbanos superpoblados. La institucionalidad laboral hoy cuenta con Ministerios de Trabajo y Seguridad Social, inspecciones del trabajo y un desarrollo de la negociación colectiva que permite implementar políticas laborales y vigilar su cumplimiento, pero aún con importantes limitaciones y brechas de cobertura en muchos casos.

Lo que ha marcado a la región en los últimos cien años ha sido la debilidad de su desarrollo económico, la baja productividad, los ciclos de expansión y de recesión que se repiten una y otra vez, y la inestabilidad macroeconómica, que acarrea profundas consecuencias sociales. En ese marco, no solo el pleno empleo se convierte en un objetivo inalcanzable, sino que también la vulnerabilidad de las personas que se exponen a estos vaivenes sin adecuada protección lleva a que las salidas de la pobreza sean apenas episodios temporarios para una parte importante de la población. No se trata solo de la transformación productiva, que es indispensable. Se trata también de reducir la desigualdad desde su origen en el mercado de trabajo hasta el espacio de las políticas públicas, para contar con sociedades más cohesionadas. Revitalizar las instituciones laborales, de la mano del diálogo social, junto con el fortalecimiento de la democracia, seguirá siendo seguramente la principal tarea de la OIT en las próximas décadas. Los cien años recorridos de la Organización ponen de manifiesto la relevancia del trabajo para la consecución de la paz y el progreso.

Referencias bibliográficas
  • OIT (1994). Pensamientos sobre el porvenir de la justicia social. Ensayos con motivo del 75º aniversario de la OIT, Ginebra.
  • Rada, J. (1980). The impact of micro-electronics. A tentative appraisal of information technology, Ginebra, OIT.
  • Rodgers, G., E. Lee, L. Swepston y J. Van Daele (2009). La OIT y la lucha por la justicia social, 1919-2009, Ginebra, OIT.
  • Ryder, G. (2018). “Aunque la tecnología afecta nuestros empleos, no es demasiado tarde para transformar esta amenaza en una oportunidad”. Disponible en: https://www.ilo.org › about-the-ilo › newsroom › news
  • Somavía, J. (2014). El trabajo decente. Una lucha por la dignidad humana, Santiago de Chile, OIT.