La necesidad de la justicia social

La búsqueda de justicia social, que ofrece a cada hombre y a cada mujer en el trabajo la posibilidad de reivindicar libremente y en igualdad de oportunidades su justa participación en las riquezas que han contribuido a crear tiene hoy tanta fuerza como cuando la OIT fue creada en 1919. Ello es así, porque, al celebrar el centenario de la OIT en 2019, la importancia de la consecución de esa justicia social cobra cada vez más relevancia, con el agravamiento de la desigualdad y la exclusión que constituyen una amenaza para la cohesión social, el crecimiento económico y el progreso humano. Ante el cambio climático, la evolución demográfica, el desarrollo tecnológico y, de manera más general, la globalización, somos testigos de un proceso de transformación del mundo del trabajo a un ritmo y a una escala sin precedentes. ¿Cómo podemos aprovechar estos retos para brindar oportunidades que permitan hacer realidad la justicia social en un mundo del trabajo cada vez más complejo?

Por una globalización equitativa

El rasgo más distintivo de la economía mundial de los últimos decenios es tal vez la globalización. Debido a las nuevas tecnologías, las personas, los bienes y los capitales circulan entre los países a un ritmo sin precedentes, lo que genera un entramado económico y global interdependiente que atañe prácticamente a todos los habitantes del planeta. La globalización actual afecta a la internacionalización de la producción, de las finanzas, del comercio, y de las migraciones.

El interrogante de si la globalización contemporánea es fuente de prosperidad o si agrava las desigualdades y la injusticia sigue siendo una cuestión muy debatida. En este debate, la OIT siempre ha ocupado un lugar privilegiado en lo que se refiere a su compromiso de promover una globalización más justa y equitativa. La Declaración de la OIT sobre la justicia social para una globalización equitativa, adoptada por los gobiernos, los trabajadores y los empleadores en junio de 2008, tuvo por finalidad, sobre todo, consolidar la capacidad de la OIT para promover el Programa de Trabajo Decente y responder de manera eficaz a los retos cada vez mayores que plantea la globalización. El Programa de Trabajo Decente, que se basa en cuatro pilares (promoción del empleo, protección social, derechos fundamentales en el trabajo y diálogo social), se ocupa de gran parte de los retos a los que ya se enfrentaba la Organización en el momento de su creación y tiene por objeto permitir que todos consigan un trabajo decente mediante la promoción del diálogo social, la protección social y la creación de empleo, así como mediante el respeto de las normas internacionales del trabajo.

La globalización ha perturbado sin duda alguna las estructuras de producción mundiales, lo que ha tenido importantes efectos sobre las empresas y el empleo. Las cadenas mundiales de suministro, que representan uno de cada cinco puestos de trabajo en todo el mundo, son un reflejo de la creciente diversificación de la producción. Si bien han creado puestos de trabajo y ofrecido oportunidades para el progreso económico, las relaciones laborales y la dinámica de la producción, pudieron haber tenido consecuencias negativas en las condiciones de trabajo. Por ejemplo, tras los incendios de fábricas en Pakistán y Bangladesh en 2012 y el derrumbe del edificio Rana Plaza en 2013, que se cobraron la vida de más de 1.500 personas, han vuelto a alzarse las voces, en particular en respuesta a las deficiencias en el control y la buena gobernanza locales, y se ha pedido la adopción de medidas en el plano mundial. Para los actores laborales, el reto consiste en mejorar la gobernanza de estas cadenas mundiales de suministro y garantizar el cumplimiento de las normas internacionales del trabajo, en particular los derechos fundamentales. Es en este contexto que, en la 105ª. reunión de la Conferencia Internacional del Trabajo, celebrada en junio de 2016, se adoptó una resolución sobre «trabajo decente en las cadenas mundiales de suministro».

Otra de las facetas emblemáticas de la economía contemporánea es la financiarización de los negocios con énfasis en la rentabilidad financiera a expensas de la inversión real. A falta de una regulación adecuada, esta financiarización tiene el efecto de aumentar la volatilidad y la vulnerabilidad de la economía y del mercado de trabajo, alentando los beneficios a corto plazo y ocasionando efectos redistributivos perniciosos, con consecuencias para la creación de empleo, la productividad y la sostenibilidad de las empresas. Las razones de la crisis financiera y económica de 2008 y sus efectos devastadores sobre la economía real son bien conocidas, entre ellas, las deficiencias en la gobernanza y en la regulación de los mercados financieros. Sin embargo, persiste la incertidumbre sobre si se han aprendido realmente las lecciones de tales acontecimientos.

Un mundo de trabajo vulnerable

A pesar de los innegables beneficios, es evidente que la globalización no se ha traducido en una nueva era de prosperidad para todos. Se han logrado algunos avances en el ámbito del desarrollo y del reconocimiento de los derechos: reducción de la pobreza extrema, mayor participación de las mujeres en el mercado laboral, desarrollo de los sistemas de protección social, creación de empleos sostenibles por parte del sector privado, etc.

Pero la economía globalizada contemporánea también ha supuesto grandes trastornos sociales, como el aumento del desempleo masivo, la deslocalización de trabajadores y empresas, la inestabilidad financiera, etc. Así pues, la situación actual del mercado de trabajo mundial sigue siendo particularmente precaria.

A pesar de varias recesiones, incluida la crisis financiera y económica mundial de 2008, el empleo total en 2016 se situó en 3.200 millones de personas (casi 1.000 millones más que en 1990), lo que pone de relieve la creación efectiva de puestos de trabajo. Sin embargo, las tasas de desempleo siguen siendo elevadas: en 2017, alrededor de 198 millones de personas en todo el mundo buscaban activamente trabajo, tres cuartas partes de las cuales vivían en países emergentes. La vulnerabilidad del empleo también ha aumentado (casi 1.400 millones de trabajadores tenían un empleo vulnerable en 2017, lo que afecta a tres de cada cuatro trabajadores de los países en desarrollo), al igual que las desigualdades de ingresos, que han aumentado drásticamente en la mayoría de las regiones del mundo. (Nota 1)

El agravamiento de las desigualdades se está convirtiendo en una de las principales características del mundo contemporáneo. La distribución individual de los salarios también se ha vuelto más desigual, con un mayor desfase entre los empleados del 10 por ciento superior y los del 10 por ciento inferior. De hecho, con la excepción de América Latina, todas las demás regiones han experimentado un aumento de la desigualdad de ingresos, que ha ido acompañada de una disminución de la proporción de los ingresos laborales. Sin embargo, las desigualdades no solo acarrean una disminución de la productividad, sino que también incrementan la pobreza, la inestabilidad social e incluso los conflictos. Por ello, la comunidad internacional ha reconocido la necesidad de establecer reglas de juego fundamentales para que la globalización brinde a todos las mismas oportunidades de prosperar.

El futuro del trabajo en cuestión

Desde el decenio de 1980, una serie de cambios globales han transformado fundamentalmente el empleo y la fuerza de trabajo: la aceleración de la globalización del comercio, el cambio tecnológico, el crecimiento de las tasas de participación de la mujer, la fragmentación de las cadenas de valor y la subcontratación, los cambios en la demanda, las aspiraciones individuales, la cualificación de la población activa, etc. Sin embargo, en la actualidad, con el cambio climático, el desarrollo demográfico y el cambio tecnológico, están surgiendo nuevos retos para todos los individuos y para el mundo del trabajo en particular: diversificación de las formas de empleo, desarrollo de la economía digital y, en particular, de las plataformas, un nuevo vínculo con la noción de trabajo, la conciliación del trabajo y la vida familiar, etc.

Una de las controversias más emblemáticas de esta problemática del futuro del trabajo es saber si el cambio tecnológico traerá consigo la destrucción o la creación de puestos de trabajo. Si bien la OIT es consciente de este debate, que ha resurgido en formas renovadas a lo largo del siglo XX, está adquiriendo una nueva dimensión en la era de la robotización y la inteligencia artificial. Por encima de los escenarios pesimistas y optimistas sobre el tema, el verdadero reto del cambio tecnológico radica en cómo ayudar, en el contexto de esta transición, a las empresas y a los trabajadores a adaptarse a los nuevos puestos de trabajo (tanto desde el punto de vista físico como de la capacitación).

Para comprender y responder con eficacia a estos nuevos desafíos, la OIT puso en marcha una «Iniciativa relativa al futuro del trabajo» y estableció la Comisión Mundial sobre el Futuro del Trabajo en agosto de 2017. A este respecto, cabe destacar que dicha Comisión publicó el 22 de enero de 2019 su informe intitulado «Trabajar para un futuro más prometedor». Por otra parte, seis grupos temáticos se centran en las principales cuestiones que deben tenerse en cuenta para que el trabajo del futuro garantice la seguridad, la igualdad y la prosperidad: la función del trabajo para las personas y las sociedades; la desigualdad sistemática de la mujer en el lugar de trabajo en todo el mundo; la tecnología para el desarrollo social, medioambiental y económico; el desarrollo de las capacidades para toda la vida; los nuevos modelos de crecimiento inclusivo; y el futuro de la gobernanza del trabajo.

La transición energética, ¿una oportunidad?

La lucha contra el cambio climático ocupa ahora el primer lugar en la escena internacional, con el objetivo a largo plazo del Acuerdo de París de 2015 de mantener el aumento de la temperatura promedio mundial por debajo de 2°C respecto de los niveles de la era preindustrial. Para la OIT, el reto consiste en abordar las incidencias en el mundo del trabajo, cuyos efectos negativos están empezando a manifestarse: perturbación de las actividades comerciales, destrucción de los lugares de trabajo con las consiguientes afectaciones a los medios de subsistencia de la población. En la actualidad, 1.200 millones de puestos de trabajo dependen directamente de la gestión eficaz y de la sostenibilidad de un medio ambiente sano. (Nota 2) Los posibles efectos del cambio climático sobre las empresas y los trabajadores, los mercados de trabajo, los ingresos, la protección social y la pobreza hacen de la mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo uno de los principales objetivos del mandato y la labor de la OIT. La transición hacia una economía verde conllevará inevitablemente la pérdida de puestos de trabajo en algunos sectores, pero estas pérdidas serán compensadas con creces por nuevas oportunidades de empleo, siempre que se apliquen políticas para promover el trabajo decente y la redistribución de los trabajadores.

La función de las normas internacionales del trabajo sigue siendo fundamental

Para comprender mejor los desafíos actuales, es importante recordar que, en 1919, conscientes de que «existen condiciones de trabajo que entrañan tal grado de injusticia, miseria y privaciones para gran número de seres humanos, que el descontento causado constituye una amenaza para la paz y armonía universales», los Estados signatarios del Tratado de Versalles crearon la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Para hacer frente a este desafío, la recientemente creada Organización desarrolló un sistema de normas internacionales del trabajo que comprende todas las cuestiones laborales: convenios y recomendaciones internacionales elaborados por representantes de los gobiernos, de los empleadores y de los trabajadores de todo el mundo. Lo que los fundadores de la OIT reconocieron en 1919 era que la economía mundial necesitaba reglas claras para que el progreso económico pudiese ser sinónimo de justicia social, prosperidad y paz para todos. Este principio no ha perdido su vigencia: en el futuro, más que en el presente, las normas del trabajo serán una fuente de cohesión social y de estabilidad económica, en un momento de grandes cambios en el trabajo.

Las normas internacionales del trabajo también se han convertido en un sistema global de instrumentos relativos al trabajo y a las políticas sociales, respaldado por un sistema de seguimiento que permite abordar todo tipo de problemas que se planteen en su aplicación en el plano nacional. Las normas internacionales del trabajo son el componente jurídico de la estrategia de la OIT para gestionar la globalización, promover el desarrollo sostenible, erradicar la pobreza y garantizar que todos se beneficien de condiciones de trabajo decentes y seguras. La Declaración de la OIT sobre la justicia social para una globalización equitativa hace hincapié en que, a fin de alcanzar los objetivos de la OIT en el contexto de la globalización, la Organización debe «promover la política normativa de la OIT como piedra angular de sus actividades realzando su pertinencia para el mundo del trabajo, y garantizar la función de las normas como medio útil para alcanzar los objetivos constitucionales de la Organización».

Nota 1Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: Tendencias 2018, Ginebra, 2018.
Nota 2
– OIT- Perspectivas Sociales y del Empleo en el MundoSostenibilidad medioambiental con empleo, Ginebra, 2018. IIES (Institut international d’études sociales), World of Work Report 2013: Repairing the economic and social fabric, Ginebra, OIT, 2013.