Esta historia fue escrita por la Sala de Noticias de la OIT. Para ver las declaraciones y discursos oficiales de la OIT, por favor visite nuestra sección "Declaraciones y Discursos".

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Mis primeros 100 días en Bagdad en pleno confinamiento por la COVID-19

Tomar posesión de un nuevo puesto en Bagdad durante la pandemia supuso afrontar retos enormes, entre otros, el de idear una nueva dinámica laboral, plantar cara a prejuicios y gestionar el aspecto de la seguridad; pero nada de eso impidió que la nueva Coordinadora en el país avanzara en la promoción del trabajo decente y la justicia social.

Opinión | 15 de julio de 2020
Maha Kattaa, coordinatrice de pays de l’OIT pour l’Irak

Desde mi primera reunión en Bagdad ya supe que no sería sencillo. La funcionaria de alto nivel de la ONU que me recibió lo hizo con una sonrisa leve. Miró el pañuelo que llevaba en la cabeza y dijo: “Tendrá usted muchos problemas en Iraq con esa apariencia. Se ve como el personal local; temo que en las reuniones oficiales le indiquen acomodarse en otra sala con las asistentes.”

Mi interlocutora desconocía que mi experiencia me había demostrado lo contrario: parecerse a las personas del lugar viene bien para integrarse y aprender más sobre las preocupaciones y aspiraciones de la población local. Las numerosas batallas que he librado, basadas exclusivamente en mis orígenes, mi apariencia y mi nacionalidad, no han hecho sino aumentar mi fortaleza personal y resiliencia profesional.

Le regalé, pues, una gran sonrisa y respondí con confianza: “Para mí, se trata de una ventaja, no de un problema.”

Hace poco se cumplieron mis 100 primeros días como primera coordinadora de los asuntos de la OIT en el país. Soy también especialista de la OIT en resiliencia e intervención en caso de crisis. En el marco de este trabajo –mi batalla más reciente– dirijo un programa con un presupuesto de millones de dólares sobre promoción del trabajo decente en comunidades vulnerables, destinado a personas desplazadas internamente y refugiados sirios, en un país que acoge a miles de sirios, incluida yo.

Vivo y trabajo en el predio de las Naciones Unidas, en la Zona Verde fortificada. Suele despertarme la estridencia de las sirenas que acuden tras la caída de proyectiles de mortero en la zona, algo a lo que sigo sin acostumbrarme. Hasta ahora, he abandonado el predio solo dos veces para reunirme con el Ministro de Trabajo y Asuntos Sociales. Dada la situación actual de inseguridad, además de la crisis de la COVID-19, realizo todo mi trabajo a distancia.

Mi nombramiento se produjo pocos meses después de la firma del primer Programa de Trabajo Decente por País (PTDP) en Iraq. Estaba muy entusiasmada, porque Iraq tiene un gran potencial para promover la creación de empleo, el trabajo decente y un mercado de trabajo incluyente. Después de meses de enfrentamientos, malestar y desplazamientos, ahora urge contar con programas que apoyen la transición desde la labor humanitaria hacia la de desarrollo, una esfera en la que la OIT se ha destacado en otros lugares de la región.

Pero la situación que encontré era sumamente distinta a la que yo esperaba, y me di cuenta de que los desafíos serían muy superiores a los que preveía.

En mi primera visita a la “oficina”, me sorprendió que solo constara de una mesa y una silla en un espacio común compartido por decenas de funcionarios y funcionarias de otros organismos de la ONU. El saldo de esa primera jornada fue una sensación de desaliento y confusión. Cómo iba a poder trabajar en un entorno semejante, donde regían restricciones a las salidas del complejo, faltaba apoyo logístico, y donde además todos observaban a esta mujer que aterrizaba en ese mundo nuevo con apariencia de no estar calificada para ningún logro…

Al segundo día en Iraq, me levanté temprano y comencé a contemplar mis opciones. Podía abandonar el barco e irme, o encontrar una forma de adaptarme y triunfar. Opté por un método basado en tres elementos:
  • Crear un entorno alternativo que me acogiera y acogiera a la misión de la OIT.
  • Aprovechar al máximo la comunicación virtual.
  • Convertir los problemas en posibilidades de éxito.
Y llegó el brote de COVID-19, por lo que ya no pude acudir al cubículo de mi oficina. En casa, instalé una mesa en mi pequeña sala y colgué un mapa de Iraq en la pared ubicada detrás de mi silla. Una vez preparado este humilde y reducido espacio laboral, comencé a plantearme cómo darle la vuelta a esta época de agitación, inseguridad y reclusión, y convertirla en una historia de triunfo.

Finalmente, pese a las disposiciones poco habituales, ha habido muchos logros. He realizado cuatro evaluaciones del impacto de la pandemia en los trabajadores y las empresas del Líbano, Jordania e Iraq; también elaboré un informe sobre las repercusiones para los refugiados sirios. He diseñado y preparado proyectos de promoción del trabajo decente y el empleo en Jordania, Líbano y Yemen (y también en el Iraq), por valor de 40 millones de dólares estadounidenses. También he participado, de modo remoto, en seminarios y entrevistas por televisión, donde he resaltado la labor de la OIT y las repercusiones de la COVID-19 en los mercados laborales regionales.

Además, se han firmado dos memorandos de entendimiento con el Ministerio de Trabajo de Jordania, y más de seis acuerdos con otros organismos gubernamentales y nacionales de Jordania e Iraq.

Cuando miro atrás y rememoro mi primer día de trabajo, y la reunión con la funcionaria de la ONU que dudaba de mi perfil, siento mucho orgullo por haber podido demostrar que se equivocaba. He Iogrado lo que hace 100 días parecía imposible. La misión de la OIT en Iraq hoy es una realidad, y, con nuestro mandato de promover el trabajo decente y la justicia social, siento que estamos bien encaminados para ayudar a quienes están aquí en situación de mayor vulnerabilidad.