La generación de trabajo decente debería constituir la finalidad principal ...

En esta entrevista, Daniel Martínez, nuevo Director Regional de la OIT para América Latina y el Caribe, pone de relieve los que a su juicio constituyen los principales retos de la OIT en la región.

Noticia | 29 de noviembre de 2006

En esta entrevista, Daniel Martínez, nuevo Director Regional de la OIT para América Latina y el Caribe, pone de relieve los que a su juicio constituyen los principales retos de  la OIT en la región

 

En julio de este año, Juan Somavía, Director General de la OIT, designó a Daniel Martínez como Director Regional ad interim de la OIT para América Latina y el Caribe. Asimismo, le encomendó la dirección de la Oficina Subregional para el Cono Sur de América Latina con sede en Chile.

Daniel Martínez, de nacionalidad española, comenzó a trabajar en la OIT en 1985 cuando dirigió, hasta 1989, proyectos orientados a la generación de empleo y mejoramiento de los ingresos rurales en Perú. Durante los casi veinte años que ocuparon su trabajo en la organización, Martínez desarrolló una serie de funciones entre las que se cuentan la coordinación del Programa Mundial del Empleo en Centroamérica, la dirección del Equipo Técnico Multidisciplinario para los países andinos y, desde 2002 hasta su reciente nombramiento al frente de la Dirección Regional, fue el Director Regional Adjunto de la OIT para América Latina y el Caribe. Más allá del desempeño de sus funciones institucionales, Daniel Martínez, un sociólogo de formación, ha escrito no menos de una decena de libros sobre temas de empleo, productividad, mercado laboral, administración del trabajo y, más recientemente, sobre globalización e integración regional.

En esta entrevista, el nuevo Director Regional de la OIT para América Latina y el Caribe, pone de relieve los que a su juicio constituyen los principales retos de  la OIT en la región.    

¿En qué áreas considera usted que se sitúan los principales desafíos de la OIT en la región para los próximos, digamos, dos años?

La OIT debe contribuir, mediante su marco normativo y su asistencia técnica, a que se genere trabajo decente en el marco de una globalización justa. Esto implica dos cosas fundamentales. La primera es que el trabajo que se genere no sea cualquier trabajo (por ejemplo, precario, “en negro”, etc.) sino un trabajo en el que se respeten los derechos del trabajador que lo desempeña, con una remuneración adecuada a sus necesidades y a las de su familia, acorde con los niveles de productividad en la empresa en la que labora, un trabajo en el que el trabajador tenga protección social y en el que el dialogo sea un medio no sólo para superar conflictos sino también para ayudar al desarrollo de la empresa y de aquellos que en ella trabajan.

La segunda, es que la generación de trabajo decente no sólo no es independiente de la política económica (macro, meso y micro) sino incluso no puede ser considerada como un simple efecto residual de la misma. Por el contrario, quisiéramos que la generación de trabajo decente constituya una de las finalidades principales, sino la principal, de la política económica. Sabemos, sin embargo, que la política económica esta condicionada por el proceso de globalización de la economía y que las reglas que rigen la globalización, no la globalización en si, requieren de importantes ajustes, y tal como lo señaló en su informe la Comisión Mundial sobre la Dimensión Social de la Globalización, creada por la OIT y lo ha señalado reiteradamente el Director General de la OIT, Juan Somavia en sus intervenciones ante la Conferencia Internacional del Trabajo y ante muchos otros foros internacionales. Por ello decía al inicio que se requiere generar trabajo decente en el marco de una globalización justa, una globalización gobernada.

¿Cree usted que la OIT está preparada en el plano regional para responder a las actuales expectativas de sus mandantes o estima que se requieren ciertos ajustes que permitan adecuarla técnica y conceptualmente a los nuevos retos?

 Las demandas de nuestros constituyentes –gobiernos, empleadores y trabajadores- son muchas y muy complejas, como muchos y complejos son los problemas que ellos enfrentan. Por ello, la OIT está haciendo un gran esfuerzo para estar a la altura de su función y poder responder adecuadamente a estas demandas. Afortunadamente, contamos con un fuerte apoyo de los países desarrollados para poder financiar la cooperación técnica en la región. Sin embargo, siempre será necesario más.

¿Cuál debería ser el papel de la Oficina Regional en la implementación de los Planes Nacionales de Trabajo Decente que fomenta la OIT para los países de América Latina y el Caribe?

Asesorar a los Gobiernos, y también a los trabajadores y empleadores, en materia de diseño y ejecución de políticas, incluida la económica, orientadas a la generación de trabajo decente. Eso es lo que hemos hecho recientemente en la Conferencia de empleo del MERCOSUR (aunque reconozco que nuestras propuestas son, como todas, debatibles), y eso es lo que queremos hacer en los próximos meses con las Conferencias o Foros de empleo en la Comunidad Andina, Centroamérica y CARICOM.

¿Cómo vislumbra usted el paisaje sociolaboral en América Latina a la luz de los actuales contextos políticos y económicos? ¿Estima que los déficits sociales acumulados en la última década se vienen corrigiendo o tienden a agravarse?

 Es muy difícil saberlo. Si se mira este paisaje con una perspectiva de largo plazo, hacia el horizonte, se observan signos positivos, pero también negativos, y otros que no podemos saber cómo evolucionarán. Es positivo que el crecimiento poblacional se haya ralentizado y que el aumento anual de los entrantes al mercado de trabajo descienda, ya que es muy difícil crear empleo suficiente cuando la oferta laboral crece sostenidamente, como en los ochenta y mitad de los noventa, a tasas de 3% o 4% anual. También es positivo el aumento del nivel educativo de la población trabajadora, especialmente de las mujeres y los jóvenes. Sin embargo, es negativo, aunque comprensible, la tremenda presión que tienen los gobiernos por atender los problemas de corto plazo en el marco de “estrecheces" fiscales, dificultándoles adoptar y financiar políticas de largo plazo que se requieren para mejorar ese “paisaje” sociolaboral. Por otra parte, el empleo depende del crecimiento económico y éste de la inversión, interna y externa, especialmente en sectores transables productores de bienes intensivos en conocimientos y con una alta demanda mundial. ¿Vendrá esa inversión a América Latina y el Caribe en los próximos años?  Es difícil saberlo, pues ello no depende sólo de lo que la región haga o deje de hacer sino de lo que ocurra en las economías más desarrolladas, en Asia e incluso en Europa del este.

¿Qué le viene dejando la globalización a América Latina y el Caribe y, en el marco de ese proceso, cómo valoriza usted los esquemas de integración y libre comercio que están teniendo lugar en la región?

 En los últimos doce o catorce años se han visto en América Latina y en el Caribe grandes avances, pero también grandes desastres, como recordarán quienes han tenido que sufrir las crisis de México, primero y de Argentina y Uruguay después, además de la postración económica de países como Paraguay o Bolivia. ¿Es la globalización culpable de estos avances, de estos retrocesos y de estas postraciones?  Yo creo que no se le puede achacar a la globalización ni lo uno ni lo otro. La fuerte expansión del comercio ya se observaba mucho antes de esta nueva oleada de globalización, el desarrollo de los sectores manufactureros también, al igual que las interesantes tasas de generación de empleo en los sectores modernos.  En cuanto a los retrocesos, la causa de los mismos no parece que haya sido la globalización sino decisiones erróneas en materia de política económica, tanto macro como micro y meso economía.  En todo caso, si algo se le puede achacar a la globalización es no haber hecho posible más y mejor empleo con protección, más inversión social menos pobreza, mejor distribución del ingreso, etc. Y  creo que no ha contribuido a lograr estas metas por la falta de gobernanza que caracteriza al actual proceso globalizador, a diferencia de la primera oleada de globalización en el siglo XIX y de la segunda en los años setenta y mitad de los ochenta. Asimismo, este proceso de globalización tiende a ver al trabajo decente y al empleo, insisto en ello, no como un objetivo central de la política económica sino como un mero efecto residual de la misma.

¿Qué lectura política se desprende del hecho de que en las últimas cumbres presidenciales -ya sea en Santa Cruz de la Sierra, en Monterrey o en Guadalajara- los jefes de estado de la región hayan expresado su apoyo a los principios de Trabajo Decente de la OIT?

Muy positiva. Constituyen decisiones políticas que nos muestran que hay cada vez más una mayor conciencia de que es urgente generar trabajo decente, en los términos en los que lo define la OIT.  En ese sentido, es muy alentador ver que el objetivo no es crear cualquier tipo de empleo, con la esperanza de que luego los mercados se encarguen de mejorarlos si se eliminan reales o supuestas distorsiones en el mercado de trabajo, sino más bien crear aquellos empleos que le permitan a la gente tener un trabajo decente. Lo que necesitamos ahora es la imaginación, la audacia y el conocimiento necesarios para llevar a la práctica estos importantes compromisos políticos.