Las raíces de un principio duradero

Casi 90 años después de su primera redacción en la Constitución de la OIT, la expresión "la paz universal y permanente sólo puede basarse en la justicia social" sigue sonando cierta. El concepto de que "existen condiciones de trabajo que entrañan tal grado de injusticia, miseria y privaciones para gran número de seres humanos, que el descontento causado constituye una amenaza para la paz y armonía universales" sigue siendo tan relevante hoy en como lo fue entonces.

Como elemento central de estas novedosas ideas figuraba el siguiente principio: “el trabajo de un ser humano no debe tratarse como mercancía ni como artículo de comercio”. De hecho, se había propuesta la inclusión de ésta y otras "cláusulas laborales" en el Tratado de Paz que puso fin formalmente a la primera guerra mundial, como base del programa de trabajo de la nueva Organización. Tales cláusulas incluían la regulación de las horas de trabajo, un salario adecuado para vivir, la seguridad social, la protección de la infancia, una remuneración equitativa y la libertad sindical. La mayoría de estos principios acabaron recogiéndose en el Preámbulo a la Constitución, con una excepción básica, pero crucial.

La Conferencia Internacional del Trabajo de 1944, reunida en Filadelfia, trató de poner remedio a tal omisión, reafirmando los principios fundamentales en los que se basaba la OIT. En esta ocasión, el principio de que "el trabajo no es una mercancía" fue prioritario, seguido por ideas como las de la libertad sindical y el concepto de que "la pobreza, en cualquier lugar, constituye un peligro para la prosperidad de todos". La epónima Declaración de Filadelfia relativa a los fines y objetivos de la Organización Internacional del Trabajo se incorporó como anexo a la Constitución, a modo de recordatorio de la importancia intemporal de los principios que consagra. Tales medidas permitieron a la OIT sobrevivir a la caída de la Liga de Naciones y convertirse en un organismo especializado de las Naciones Unidas.

Actualmente, la OIT sigue siendo fiel a la visión de Filadelfia. El trabajo decente se ha convertido no sólo en el marco organizador de las actividades de la OIT en la era actual de la globalización, sino que encarna además el principio de que "todos los seres humanos, sin distinción de raza, credo o sexo tienen derecho a perseguir su bienestar material y su desarrollo espiritual en condiciones de libertad y dignidad, de seguridad económica y en igualdad de oportunidades"… "la consecución de las condiciones que permitan llegar a este resultado debe constituir el propósito central de la política nacional e internacional". En este sentido, sobre la base de sus raíces en el pasado de la OIT, el trabajo decente ha florecido en el futuro de la Organización, convirtiéndose en un objetivo de alcance global que ha de perseguir todo país hoy y mañana.